Crecí oyendo los discos de Carlitos Acuña que mi padre tenía junto a los de coplas y zarzuelas. En algún momento escuchaste a Gardel, al Polaco, la Varela, y decenas de voces tan diferentes a lo de acá como podía ser Lebrijano, El Turrón, el Habichuela. la Lole y tantos otros.
El alma maleva tenía algo que ver conmigo y su porte pegaba con el chulo castizo de Lavapiés, barrio también gitano y flamenco que llevaba en vena.
El caso es que nunca se despegó de mi el bandoneón y sentías ese tango hacerte vibrar como una soleá, en otra onda pero directo al centro sensible donde se encuentra la madre y su continuación, la pareja por las que sentimos apego.
Había carga machista en muchos tangos, normalmente dolorosa y maleva también paternal pero más dulce que el punto flamenco donde esa carga solía ser más violenta.
Tangos y flamenco podrían coincidir en un burdel más o menos elegante, en humosa milonga o bullicioso colmao y casi siempre entre gente de arrabal.
La gente en mi barrio se reunía en tugurios donde se arrancaban por el Piyayo por fandango o soleá, siempre regados por buen vino y mejor compañía. Allá supongo que a son de Cacho Castaña.
También hay ternura, sentimiento y poesía en ambos palos, para cualquier poeta fue y será una necesidad mostrar su desnudez en esas armonías, se pueden mezclar y embellecer juntos nuestros sentidos.
Las personas que paren sus rimas son poetas del alma, muchas veces rota quizás como la mía.
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