Mi barrio era muy barrio y pertenecía a un casi pueblo que era Madrid.
A Julita mi madre, mujer muy humilde, dulce e introvertida alejarse de su barriada de toda la vida, los Cuatro Caminos, por donde había correteado desde chica, con guerra y sin ella, o del castizo Lavapiés donde creó su primer hogar conyugal en la calle del Amparo,, este nuevo barrio le daba cierto temor y más cuando con la abuela Cecilia paseábamos a la sombra de la valla de la Casa de Campo.
En la época aquella en mi barrio podías ver rebaños de ovejas pasar por delante de tu portal, colchoneros escardando lana en el parque, oir la zampoña del afilador en su bici o el estrépito del butanero avisando de su llegada, el barrio tenía mercados, tres cines y un frontón, era un barrio de tenderos y de vecinas.
Estaba bordeado por una carretera de adoquines, débil frontera entre una barriada que iniciaba el despegue de una pequeña burguesía de empleados, vendedores y pequeños comerciantes y la otra margen, el arrabal, donde vivían gentes humildes, operarios y obreros, en esta parte había mucho descampado, a los que iba con mi abuelo Sinforoso y mi hermano a buscar cardillos y que luego llevábamos a Cecilia para meterlos en algún guiso. En alguna ocasión íbamos a contemplar alguna de las muchas obras de aquella época, con sus grúas y trajines, con un público experto de albañiles y maestros de obra jubilados.
Las abuelas mandaban a pasear a los varones jubilados para que no molestaran en la casa, mientras ellas preparaban guisos de larga preparación y exquisito resultado. . Triste final para esos leones que trabajaron desde niños, sufriendo muchos la represión del franquismo y ahora se convertian en incordio.
En las dos márgenes había amas de casa, en el Lucero la que podía realizaban cualquier actividad manual que ayudara a la economía del hogar por ejemplo montando madelmans o bolígrafos BIC, también por supuesto limpiando escaleras o las casas de familias más favorecidas.
Las madres de esta otra orilla se dedicaban íntegramente a su familia.
Todas iban a algún mercado, al suyo, hacían cola pidiendo la vez, y se relacionaban con vecinas y tenderos.
El hogar era su trabajo, su responsabilidad.
Pocas tenían preparación académica o profesional en ninguna de las orillas.
Todos los tenderos conocían a sus clientas y sus preferencias, sabian del hijo que estaba estudiando o de la niña que zascandileaba, del trabajo del esposo o a donde se iban de vacaciones.
Los niños íbamos andando al cole y si eran muy pequeños de la mano de su mami o abuela.
La mía siempre nos despedía asomada por la ventana.
Esos tranquilos barrios cambiaron cuando se construyó la autopista que sajaba definitivamente los dos barrios, nosotros por lo menos teníamos la Casa de Campo a la espalda, que aunque colonizada por las concesiones que el franquismo concedió a Zoo y Parque de Atracciones, era un escape.
Había que aliviar el tráfico desde las ciudades dormitorios y para encauzarlo se construyó un muro en forma de autopista, que inundó de ruido y polvo estas zonas.
"Casualmente" y en poco tiempo apareció el mundo de la droga, esta había que pagarla, y para hacerlo o eras de una familia de pasta o lo más normal, se robaba, ¿la forma?
Cualquiera. En las zonas más azotadas se buscaban la vida camelleando, sirlando pringaos o atracando lo que fuera. estancos, farmacias, gasolineras, tiendas...
Hasta hacia bien poco los "delincuentes" eran básicamente timadores y carteristas, gente hábil y simpática que todos conocían incluso los maderos.
El domingo por la mañana decían "Maria, me voy a currar al rastro. No me esperéis a comer, que luego hay partido en el Bernabéu, a ver si pillo a algún mirlo." Y la Maria "Ten cuidado Manolo con la pasma"
Esa misma delincuencia zarzuelera se transformó, gracias a la heroína, en peristas que recibían lo robado a cambio de caballo.
Loros, colorao, y cualquier cosa de valor era canjeado por jaco.
Ellos mismos acabaron enganchados.
Y hubo mucha sangre en los barrios sobre todo de antebrazos, sobredosis y droga chunga, pero también de navajas y de fuscas y de muchas madres que no aguantaron aquella locura.
Aquellas madres con poca preparación y ningún apoyo institucional vieron a sus hijos consumirse por la heroína, otras se consumían visitando juzgados y comisarías.
¡Cómo habían cambiado mi barrio!
De apacible a violento, de colorido a sucia grisalla, de vivo a casi muerto, los sonidos desaparecieron en el rugir de la autovía, la amabilidad cambió a desconfianza, espigas y amapolas por jeringas y pirulas.
Se perdió mucho en mi barrio.
¡Que te voy a decir!
Una parte de mi generación es una generación perdida en los callejones y recovecos de mi barrio.
Que menos que dedicar un recuerdo para ellxs y para las muchas madres que sufrieron aquella cruel embestida, alguna con tesón consiguió recuperar a sus vástagos, pero muchas les vieron agonizar, e insisto con apenas apoyo psicológico o de otra índole, algunas, no se cuantas, optaron por quitarse del medio, pero me consta.
¿Aprendimos al menos?
Nos enseñaron muchísimo...
Seguro se les debería homenajear, un monumento a aquellos ángeles caidos que nos hiciera recordar que sigue habiendo querubines ahora con más color pero con las mismas ganas de vivir y ser reconocidos.
Que quizás tenemos la obligación de humanizar los barrios y que quizás deberíamos estar más atentos de las necesidades reales de nuestros hijos y que la administración tiene la obligación, también aquí, de apoyar a lxs ciudadanxs.
Las bandas no surgen del aire y si se ponen testigos en los barrios, seguro que se averigua las necesidades de esa juventud, lo que necesitan, la forma de que encaucen sus hormonas a labores no violentas.
¿No les suena de lo escrito más arriba?
La historia se repite, entonces eran emigrantes de Castilla, Andalucía o Extremadura con una muy diferente forma de ver la vida, rural y familiar con una ciudad muchas veces engulléndoles y que a menudo ninguneaba, ahora la emigración viene de Santo Domingo, Colombia, Perú, Marruecos, Ucrania, Senegal o cualquier lugar del mundo, y todos con su personalidad, cada cual con su música. Y no se les puede ningunear, pues son en gran parte los que mantienen esta sociedad al igual que lo hicieron andaluces, gallegos, manchegos... hace 50 años.
Hay mucho curro, osea a arremangarse y a por ello.
4 comentarios:
Gracias por dejarnos ver con tus ojos una época que tanto quieren ocultar bajo la alfombra y que aún estamos pagando, compañero.
Lo he leído y releído. Pienso que no lo has escrito para gustar sino para conmover. He tenido mala suerte. Su feísmo e impecable redacción, me ha gustado, pero no me ha conmovido. Soy de ese grupo privilegiado que creyó en los valores que le ofrecieron y se aplicó en la cultura del esfuerzo. Conseguí, sin enchufes, muchas becas. Entonces se conseguían en familias pequeño burguesas de cocido los lunes, si los chicos se aplicaban. Vi el mar por primera vez, subí a mi primer avión y, en casa, llegó la tele y el primer utilitario ya bien crecidito pero llegó. Como a millones de hogares de gente franquista y antifranquista. También llegaron abundantes broncas y algunas tortas de mis padres. Tuve sensaciones asfixiantes en muchos flancos. El peor el de las chicas. Pero también muchas oportunidades de sentirme libre y razonablemente feliz. Este perfil predomina entre la gente que conozco. Pero nada es verdad ni mentira desde que se inventaron los cristales de colores.
Gracias AnTónimo.
Aquí estamos pata discutir y dialogar y tu comentario precisa de una respuesta meditada.
Gracias Julito.
Me conformaría por ahora que se recordase a todxs aquellos que perdimos y sobre todo a las madres que lo sufrieron.
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